A la carga.
¡A la carga!
Me dijeron tus pupilas
desde el pozo de tu alma.
Gusto en verte,
la ciudad estaba fría
y sin luz en las ventanas.
Estar siempre casi al filo de la noche
no le hace bien a nadie,
si lo sabré...
yo que estoy ciego, malherido
y arrastrándome como un mendigo.
Diecisiete
toneladas de diluvios
vas cargando desde lejos.
No se puede
ser sincero ante la boca
de un revólver tan ligero.
Es que el borde de las cosas tan perfectas
suele ser muy afilado,
si lo sabré...
me he cortado muy profundo
y aún tengo heridas en carne viva.
Dejemos de pensar
un poco en esta soledad,
olvidemos los cuentos
que sabemos
que terminan siempre mal.
¡A la carga!
Me dijeron tus pupilas
y yo siempre fui obediente.
No podría
recordarte de otro modo
en este silencio de muerte.
Estar siempre en el mostrador de ofertas
no presagia nada bueno,
si lo sabré...
yo que estoy siempre maquillándome
para volver desde el infierno.
Dejemos de pensar
un poco en esta soledad,
olvidemos los cuentos
que terminan siempre mal;
volvamos al camino
en la vereda de la luz,
me siento otra vez afortunado
y con el viento sur de aliado.